Las culturas antiguas adoraban al sol, de donde procede toda luz y, por consiguiente, todo color, y eran conscientes de sus poderes curativos.
El uso terapéutico del color en la antigüedad puede descubrirse en las enseñanzas atribuidas al dios egipcio Tot, conocido por los griegos como Hermes.
Sobre las bases de esas enseñanzas los médicos egipcios y griegos, incluido Hipócrates, el padre de la medicina occidental, utilizaban como remedios ungüentos y bálsamos de diferentes colores y realizaban sus prácticas en salas de tratamientos pintados con tonos curativos.
En la Roma del siglo I, el médico Aulo Cornelio Celso escribió sobre el uso terapéutico del color, pero con la llegada del Cristianismo estos sabios antiguos fueron asociado a las creencias paganas y la Iglesia los desautorizó.
En el siglo IX, el médico árabe Avicena sistematizó las enseñanzas de Hipócrates. Escribió sobre el color en su doble condición de síntoma de enfermedad y tratamiento, sugiriendo, por ejemplo, que el rojo actuaría como un estimulante del flujo sanguíneo, mientras que el amarillo podría reducir el dolor y la inflamación.
Los científicos y filósofos del siglo XVIII se interesaron por el mundo material e insistieron en la prueba visible de las teorías científicas. La medicina se centró en la cura de las dolencias físicas con avances en la cirugía y en los medicamentos, rechazando las técnicas curativas menos cuantificables que se ocupaban del bienestar espiritual y mental.
La Cromoterapia, resurgió a finales del siglo XIX: Edwin Babbit, que publicó Los Principio de la Luz y del Color, en 1878, alcanzó renombre mundial con su teoría global prescribiendo colores específicos para una serie de afecciones.
A pesar del escepticismo continuado de la profesión médica, los terapeutas de este siglo han desarrollado el uso del color en las pruebas psicológicas y en el diagnóstico físico.
El test del color de Luscher se basa en la teoría de que los colores estimulan diferentes partes del sistema nervioso autónomo, afectando el ritmo metabólico y las secreciones glandulares, y estudios realizados en la década de 1950 demostraron que la luz amarilla y roja elevaba la presión sanguínea, mientras la azul tendía a bajarla.
En la actualidad, la utilización de luz azul para tratar la ictericia neonatal es una práctica común y también ha sido efectiva como calmante en casos de artritis reumatoide.
El uso terapéutico del color en la antigüedad puede descubrirse en las enseñanzas atribuidas al dios egipcio Tot, conocido por los griegos como Hermes.
Sobre las bases de esas enseñanzas los médicos egipcios y griegos, incluido Hipócrates, el padre de la medicina occidental, utilizaban como remedios ungüentos y bálsamos de diferentes colores y realizaban sus prácticas en salas de tratamientos pintados con tonos curativos.
En la Roma del siglo I, el médico Aulo Cornelio Celso escribió sobre el uso terapéutico del color, pero con la llegada del Cristianismo estos sabios antiguos fueron asociado a las creencias paganas y la Iglesia los desautorizó.
En el siglo IX, el médico árabe Avicena sistematizó las enseñanzas de Hipócrates. Escribió sobre el color en su doble condición de síntoma de enfermedad y tratamiento, sugiriendo, por ejemplo, que el rojo actuaría como un estimulante del flujo sanguíneo, mientras que el amarillo podría reducir el dolor y la inflamación.
Los científicos y filósofos del siglo XVIII se interesaron por el mundo material e insistieron en la prueba visible de las teorías científicas. La medicina se centró en la cura de las dolencias físicas con avances en la cirugía y en los medicamentos, rechazando las técnicas curativas menos cuantificables que se ocupaban del bienestar espiritual y mental.
La Cromoterapia, resurgió a finales del siglo XIX: Edwin Babbit, que publicó Los Principio de la Luz y del Color, en 1878, alcanzó renombre mundial con su teoría global prescribiendo colores específicos para una serie de afecciones.
A pesar del escepticismo continuado de la profesión médica, los terapeutas de este siglo han desarrollado el uso del color en las pruebas psicológicas y en el diagnóstico físico.
El test del color de Luscher se basa en la teoría de que los colores estimulan diferentes partes del sistema nervioso autónomo, afectando el ritmo metabólico y las secreciones glandulares, y estudios realizados en la década de 1950 demostraron que la luz amarilla y roja elevaba la presión sanguínea, mientras la azul tendía a bajarla.
En la actualidad, la utilización de luz azul para tratar la ictericia neonatal es una práctica común y también ha sido efectiva como calmante en casos de artritis reumatoide.
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